Si el mundo se descuida con Venezuela, peligra la democracia en el continente americano
Los recientes ataques terroristas de Gran Bretaña y los problemas del cambio climático y calentamiento global, que amenazan con "asfixiar" el planeta, parecen ser la mayor preocupación de la población del Mundo, y en especial de los miles de millones de usuarios en las redes sociales.
Como ha ocurrido con frecuencia en la historia reciente de la humanidad, que la comunidad internacional mira hacia el otro lado cuando hay una nación en crisis, las potencias del mundo y los grupos internacionales hoy hacen caso omiso al actual el estado de calamidad social, económica y democrática por el que atraviesa Venezuela.
De la misma manera que se ignoró el Holocausto y la muerte de millones de judíos en manos del régimen Nazi; así como nadie movió un dedo para frenar el genocidio en Ruanda en 1994, o para detener las matanzas de la dictadura de Slobodan Milošević en Kosovo en 1998, hoy Venezuela y las atrocidades cometidas por el presidente Nicolás Maduro reciben el tratamiento del hielo en la comunidad internacional: Nadie quiere tocar el tema, y mucho menos hacer algo para resolver la crisis.
Lo peor es que si no hacemos nada; si el mundo permite que Venezuela se desplome por completo, entonces peligra la democracia en todo el continente latinoamericano. De hecho, si la Organización de Estados Americanos (OEA) y los países del mundo no despiertan ya, Venezuela fácilmente podría convertirse en la próxima Corea del Norte de América del Sur. Los ingredientes para un "apocalipsis democrático" están ahí; sólo falta mezclarlos, ¡y en su mano izquierda!, Maduro tiene la cuchara de palo.
Estos son los hechos de la crisis venezolana: Las protestas contra el gobierno de Maduro están entrando en su tercer mes. Más de 60 personas han muerto en los violentos enfrentamientos entre opositores y las fuerzas de seguridad del gobierno. Se estima que unos 1,000 manifestantes han sido encarcelados. No obstante, organizaciones opositoras al gobierno de Maduro han identificado al menos 3,000 detenciones arbitrarias y denunciado numerosos reportes de torturas. Esto sin contar los más de 300 presos políticos, cuyo único delito ha sido señalar los abusos del gobierno chavista.
Con su envidiable capacidad petrolera, Venezuela pasó de ser uno de los países más ricos del continente a una nación miserable, donde a raíz de la extrema escases de alimentos el 75% de su población ha perdido un promedio de 19 libras de peso en el último año, según entidades no gubernamentales radicadas allí.
Venezuela hoy atraviesa una pesadilla distópica. Muchos padres literalmente están quitándose la comida de la boca para alimentar a sus hijos, al tiempo que la población hace largas filas durante horas para tratar de conseguir artículos básicos como aceite de cocinar, harina o papel higiénico.
La inflación de Venezuela hoy es mayor que la de Zimbabue; los índices de muertes violentas son similares a los de Siria; y la falta de recursos básicos alcanzó niveles catastróficos, iguales a los que se viven en algunos países de África subsahariana.
Los apagones energéticos son recurrentes, alguna gente está comiendo de los basureros para sobrevivir, y enfermedades controladas como la malaria han vuelto a resurgir para cobrar la vida de niños, que al morir son sepultados en cajas de cartón por que tampoco a ataúdes. ¡Lo que pasa hoy en Venezuela no es juego!
La democracia venezolana está en ruinas. Los valientes líderes de la oposición han sido encarcelados, exiliados o desterrados. No pueden viajar a ninguna parte. Sus pasaportes han sido anulados, y tampoco pueden abordar vuelos domésticos para trasladarse dentro de su propio país.
El régimen de Maduro ha amordazado a la llamada "prensa libre", y es el propietario de la mayoría de los medios de comunicación. Lo poco que se sabe de Venezuela es porque, al igual que la Primera Árabe que en 2011 logró cambios democráticos en Medio Oriente, los manifestantes venezolanos aprendieron a utilizar las redes sociales como "armas vitales" para comunicarse y denunciar lo que pasa.
El génesis de la actual crisis (y los casi tres meses de enfrentamientos), fue la derrota electoral que Maduro sufrió en diciembre de 2015. Su partido perdió por un amplio margen las elecciones legislativas, y por primera vez en 15 años, la oposición venezolana aseguró suficientes escaños para hacerse escuchar en el Parlamento.
Maduro, como era de esperarse, no se quedó de brazos cruzados y de inmediato desencadenó una serie de cambios drásticos en su gobierno para compensar este importante revés y neutralizar el control de la Legislatura.
El actual gobernante venezolano, quien por años fungió como chofer de autobuses, forzó la renuncia de varios jueces de la Corte Suprema y nombró a unos 30 simpatizantes para asumir pleno control del poder judicial venezolano. Esto allanó el camino para bloquear cualquiera de las prerrogativas legislativas que la oposición podría ejercer.
En respuesta, la oposición venezolana canalizó su energía durante el 2016 para demandar un referéndum que le pondría fin al mandato del presidente Maduro. La dictadura, en un intento desesperado para sobrevivir, utilizó su fuerza política para cancelar el referéndum por completo.
Enfrentando cierta presión de la OEA, Maduro maniobró para dar cierta impresión de legitimidad, al menos ante la comunidad internacional, estableciendo un "diálogo" con la oposición.
En realidad, el único objetivo del presidente venezolano, de 54 años, era retrasar y aplazar las elecciones, detener a más líderes de la oposición, desinflar las protestas callejeras, dividir más a la oposición, y desactivar el rechazo de la OEA. Mirando a través de este falso lente democrático, el Vaticano denunció el engaño del régimen en diciembre de 2016. Pero para ese entonces ya era demasiado tarde: La dictadura había castrado al Congreso y cancelado las elecciones por completo.
El año 2017 comenzó con el pie izquierdo para los venezolanos. Los problemas económicos de Venezuela eran aún más graves. Los saqueos estaban a la orden del día y la única meta del pueblo era luchar a diario para conseguir alimentos y medicamentos para sobrevivir.
Ahogándose en deudas, Maduro intentó "salvar" al país colocando la mitad de las acciones de Citgo (una importante refinería de petróleo venezolana que se cotiza en Estados Unidos), como garantía para los tenedores de bonos y utilizó la otra mitad para un préstamo ruso. Al mismo tiempo, las codiciadas reservas de petróleo venezolano también sirvieron como una garantía para los préstamos chinos. Y, "para ponerle la tapa al pomo" Venezuela retiró sus reservas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
A pesar de estas erráticas medidas y otros esfuerzos financieros, los acreedores internacionales estaban nerviosos con el presente venezolano y ahora los préstamos requerían la aprobación del Congreso, que ya no estaba completamente controlado por el régimen.
Por eso, hace poco más de dos meses, y para evitar que Venezuela fallara en el cumplimiento de sus pagos, Maduro tomó una polémica decisión: Le ordenó a la Corte Suprema a cerrar el Parlamento, asumió el poder legislativo y aprobó una serie de préstamos. A partir de ese momento se desencadenaron las protestas y enfrentamientos diarios en Venezuela.
Desde entonces, Maduro ha mantenido una postura desafiante ante las demostraciones callejeras. En mayo pasado, el dictador anunció la creación de una "Asamblea Constituyente" cuyo trabajo sería reescribir la Constitución de Venezuela y, básicamente, le daría a Maduro la posibilidad de gobernad por tiempo indefinido sin elecciones.
Inicialmente Maduro intentó mantener sus prácticas tiránicas, ignorar los precedentes y evitar un referéndum sobre la nueva constitución. Pero la continua disensión de los antiguos partidarios izquierdistas de su predecesor, el fallecido presidente Hugo Chávez Frías, le ha hecho cambiar de opinión.
La crisis en Venezuela parece no tener una solución fácil o inmediata. Pero la comunidad internacional debe intervenir y rescatar la democracia. Una buena oportunidad sería el encuentro de la Asamblea General de la OEA, pautada a celebrarse a mediados de junio en Cancún, México.
Mientras tanto, el pueblo venezolano tiene que tomar una drástica decisión: Obedecer las políticas gubernamentales del presidente Maduro (y su represiva dictadura) o mantenerse firme protestando a pesar del riesgo de morir o ser encarcelado. Para algunos venezolanos, se trata de una decisión moral: Libertad vs. Tiranía.
La gente que protesta a favor de la oposición piensa que es mejor perder la vida marchando en las calles antes de arrodillarse frente a los pies del dictador, simplemente porque ya no le temen a Maduro. Los venezolanos han aprendido a marchar, a tragarse el gas lacrimógeno, a ondear sus banderas y a cantar la versión en español de "Les Misérables" para ser escuchados en las barricadas.
Jóvenes valientes venezolanos enfrentan armas largas con violines, marchan a pesar de los francotiradores, sacrifican sus vidas, entierran a sus muertos y reclaman a que la dictadura terminó, exigiendo su libertad a gritos.
¿Qué pensaría el libertador Simón Bolívar de todo lo que pasa hoy en Venezuela? Ahora es el momento para que el mundo también decida.
Como ha ocurrido con frecuencia en la historia reciente de la humanidad, que la comunidad internacional mira hacia el otro lado cuando hay una nación en crisis, las potencias del mundo y los grupos internacionales hoy hacen caso omiso al actual el estado de calamidad social, económica y democrática por el que atraviesa Venezuela.
De la misma manera que se ignoró el Holocausto y la muerte de millones de judíos en manos del régimen Nazi; así como nadie movió un dedo para frenar el genocidio en Ruanda en 1994, o para detener las matanzas de la dictadura de Slobodan Milošević en Kosovo en 1998, hoy Venezuela y las atrocidades cometidas por el presidente Nicolás Maduro reciben el tratamiento del hielo en la comunidad internacional: Nadie quiere tocar el tema, y mucho menos hacer algo para resolver la crisis.
Lo peor es que si no hacemos nada; si el mundo permite que Venezuela se desplome por completo, entonces peligra la democracia en todo el continente latinoamericano. De hecho, si la Organización de Estados Americanos (OEA) y los países del mundo no despiertan ya, Venezuela fácilmente podría convertirse en la próxima Corea del Norte de América del Sur. Los ingredientes para un "apocalipsis democrático" están ahí; sólo falta mezclarlos, ¡y en su mano izquierda!, Maduro tiene la cuchara de palo.
Estos son los hechos de la crisis venezolana: Las protestas contra el gobierno de Maduro están entrando en su tercer mes. Más de 60 personas han muerto en los violentos enfrentamientos entre opositores y las fuerzas de seguridad del gobierno. Se estima que unos 1,000 manifestantes han sido encarcelados. No obstante, organizaciones opositoras al gobierno de Maduro han identificado al menos 3,000 detenciones arbitrarias y denunciado numerosos reportes de torturas. Esto sin contar los más de 300 presos políticos, cuyo único delito ha sido señalar los abusos del gobierno chavista.
Con su envidiable capacidad petrolera, Venezuela pasó de ser uno de los países más ricos del continente a una nación miserable, donde a raíz de la extrema escases de alimentos el 75% de su población ha perdido un promedio de 19 libras de peso en el último año, según entidades no gubernamentales radicadas allí.
Venezuela hoy atraviesa una pesadilla distópica. Muchos padres literalmente están quitándose la comida de la boca para alimentar a sus hijos, al tiempo que la población hace largas filas durante horas para tratar de conseguir artículos básicos como aceite de cocinar, harina o papel higiénico.
La inflación de Venezuela hoy es mayor que la de Zimbabue; los índices de muertes violentas son similares a los de Siria; y la falta de recursos básicos alcanzó niveles catastróficos, iguales a los que se viven en algunos países de África subsahariana.
Los apagones energéticos son recurrentes, alguna gente está comiendo de los basureros para sobrevivir, y enfermedades controladas como la malaria han vuelto a resurgir para cobrar la vida de niños, que al morir son sepultados en cajas de cartón por que tampoco a ataúdes. ¡Lo que pasa hoy en Venezuela no es juego!
La democracia venezolana está en ruinas. Los valientes líderes de la oposición han sido encarcelados, exiliados o desterrados. No pueden viajar a ninguna parte. Sus pasaportes han sido anulados, y tampoco pueden abordar vuelos domésticos para trasladarse dentro de su propio país.
El régimen de Maduro ha amordazado a la llamada "prensa libre", y es el propietario de la mayoría de los medios de comunicación. Lo poco que se sabe de Venezuela es porque, al igual que la Primera Árabe que en 2011 logró cambios democráticos en Medio Oriente, los manifestantes venezolanos aprendieron a utilizar las redes sociales como "armas vitales" para comunicarse y denunciar lo que pasa.
El génesis de la actual crisis (y los casi tres meses de enfrentamientos), fue la derrota electoral que Maduro sufrió en diciembre de 2015. Su partido perdió por un amplio margen las elecciones legislativas, y por primera vez en 15 años, la oposición venezolana aseguró suficientes escaños para hacerse escuchar en el Parlamento.
Maduro, como era de esperarse, no se quedó de brazos cruzados y de inmediato desencadenó una serie de cambios drásticos en su gobierno para compensar este importante revés y neutralizar el control de la Legislatura.
El actual gobernante venezolano, quien por años fungió como chofer de autobuses, forzó la renuncia de varios jueces de la Corte Suprema y nombró a unos 30 simpatizantes para asumir pleno control del poder judicial venezolano. Esto allanó el camino para bloquear cualquiera de las prerrogativas legislativas que la oposición podría ejercer.
En respuesta, la oposición venezolana canalizó su energía durante el 2016 para demandar un referéndum que le pondría fin al mandato del presidente Maduro. La dictadura, en un intento desesperado para sobrevivir, utilizó su fuerza política para cancelar el referéndum por completo.
Enfrentando cierta presión de la OEA, Maduro maniobró para dar cierta impresión de legitimidad, al menos ante la comunidad internacional, estableciendo un "diálogo" con la oposición.
En realidad, el único objetivo del presidente venezolano, de 54 años, era retrasar y aplazar las elecciones, detener a más líderes de la oposición, desinflar las protestas callejeras, dividir más a la oposición, y desactivar el rechazo de la OEA. Mirando a través de este falso lente democrático, el Vaticano denunció el engaño del régimen en diciembre de 2016. Pero para ese entonces ya era demasiado tarde: La dictadura había castrado al Congreso y cancelado las elecciones por completo.
El año 2017 comenzó con el pie izquierdo para los venezolanos. Los problemas económicos de Venezuela eran aún más graves. Los saqueos estaban a la orden del día y la única meta del pueblo era luchar a diario para conseguir alimentos y medicamentos para sobrevivir.
Ahogándose en deudas, Maduro intentó "salvar" al país colocando la mitad de las acciones de Citgo (una importante refinería de petróleo venezolana que se cotiza en Estados Unidos), como garantía para los tenedores de bonos y utilizó la otra mitad para un préstamo ruso. Al mismo tiempo, las codiciadas reservas de petróleo venezolano también sirvieron como una garantía para los préstamos chinos. Y, "para ponerle la tapa al pomo" Venezuela retiró sus reservas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
A pesar de estas erráticas medidas y otros esfuerzos financieros, los acreedores internacionales estaban nerviosos con el presente venezolano y ahora los préstamos requerían la aprobación del Congreso, que ya no estaba completamente controlado por el régimen.
Por eso, hace poco más de dos meses, y para evitar que Venezuela fallara en el cumplimiento de sus pagos, Maduro tomó una polémica decisión: Le ordenó a la Corte Suprema a cerrar el Parlamento, asumió el poder legislativo y aprobó una serie de préstamos. A partir de ese momento se desencadenaron las protestas y enfrentamientos diarios en Venezuela.
Desde entonces, Maduro ha mantenido una postura desafiante ante las demostraciones callejeras. En mayo pasado, el dictador anunció la creación de una "Asamblea Constituyente" cuyo trabajo sería reescribir la Constitución de Venezuela y, básicamente, le daría a Maduro la posibilidad de gobernad por tiempo indefinido sin elecciones.
Inicialmente Maduro intentó mantener sus prácticas tiránicas, ignorar los precedentes y evitar un referéndum sobre la nueva constitución. Pero la continua disensión de los antiguos partidarios izquierdistas de su predecesor, el fallecido presidente Hugo Chávez Frías, le ha hecho cambiar de opinión.
La crisis en Venezuela parece no tener una solución fácil o inmediata. Pero la comunidad internacional debe intervenir y rescatar la democracia. Una buena oportunidad sería el encuentro de la Asamblea General de la OEA, pautada a celebrarse a mediados de junio en Cancún, México.
Mientras tanto, el pueblo venezolano tiene que tomar una drástica decisión: Obedecer las políticas gubernamentales del presidente Maduro (y su represiva dictadura) o mantenerse firme protestando a pesar del riesgo de morir o ser encarcelado. Para algunos venezolanos, se trata de una decisión moral: Libertad vs. Tiranía.
La gente que protesta a favor de la oposición piensa que es mejor perder la vida marchando en las calles antes de arrodillarse frente a los pies del dictador, simplemente porque ya no le temen a Maduro. Los venezolanos han aprendido a marchar, a tragarse el gas lacrimógeno, a ondear sus banderas y a cantar la versión en español de "Les Misérables" para ser escuchados en las barricadas.
Jóvenes valientes venezolanos enfrentan armas largas con violines, marchan a pesar de los francotiradores, sacrifican sus vidas, entierran a sus muertos y reclaman a que la dictadura terminó, exigiendo su libertad a gritos.
¿Qué pensaría el libertador Simón Bolívar de todo lo que pasa hoy en Venezuela? Ahora es el momento para que el mundo también decida.